7 de diciembre de 2015

La niña que temía cumplir años


Allí estaba ella, jugando en su columpio como cada tarde. El sol en lo más alto traspasaba las hojas de los árboles y se reflejaba en sus mechones marrones que se movían con el impulso del viento. Con sus pies descalzos jugaba a rozar las margaritas que había bajo el columpio, estaba  preciosa. El viejo columpio crujía, pero sin importarle un ápice seguía columpiándose cada vez más alto, ese instante del día sacaba a carcajadas la niña pequeña de su interior.

Sin saber bien el por qué, hacía coincidir mis momentos de inspiración cuando ella salía a su jardín. Sin hacer ruido, me sentaba junto a la ventana y me ponía a escribir como si algo me hechizase a hacerlo. Me miraba y se reía. Pensaba que nunca se daría cuenta de mi presencia.  

El tiempo pasaba igual de rápido que un tren con retraso por la estación de ahí a lado, y tan sólo te separa de él la fina línea amarilla. Cada día intentaba hacerla reír de una forma diferente. Comencé poniendo sus canciones favoritas a todo volumen, hasta que mi madre subía a la habitación y me regañaba, le hacía tanta gracia verme de fondo poniendo muecas por la bronca. Sin dudas, cada día que pasaba era aún mejor que el anterior.

La vi cantar, reír, gritar, leer, estudiar, bostezar, pero nunca la vi llorar. El viejo columpio no aguantó tanto como ella pensaba. Ese 4 de diciembre la vi por primera vez llorar. Sus lágrimas recorrían sus mejillas y hacían brillar sus ojos verdes que parecían hechos por el mejor joyero del mundo. Ese día no miró hacia mi ventana. Pintando un pañuelo con su rímel se marchó dentro de su casa, dejando fuera su columpio roto, y aún más roto, a un chico preocupado en su ventana.

Ese día sin sabor a sonrisas pasó.  Al día siguiente, ella no volvió a su jardín como cada tarde.

El columpio significaba mucho más que un juguete para ella. Su infancia estaba dibujada en él. En cada balanceo que daba se reflejaba en su mente un feliz momento del pasado. El paso de los años se ve plasmado en ese viejo columpio, igual que ocurre con las personas. La chica tenía pavor por el rápido paso del tiempo y que éste  no le dejase disfrutar de los placeres más sencillos que ofrece la vida.

Sabía que en un par de días sería su cumpleaños y no podía permitir que esa increíble sensación de ser feliz huyera con aquella chica, por lo que me colé en su jardín por la noche con la intención de arreglar ese columpio que significaba tanto para ella. Tras varias horas de trabajo silencioso, alumbrado con una linterna y manchado de pintura como si me hubiera caído dentro del bote, el viejo columpio parecía nuevo. Saqué la carta que llevaba escribiendo estos días atrás y la pegué con un poco celo en el columpio.


 En la carta escrito ponía:

 “Vuelve pronto y juega con las flores. Vuelve que hay un niño que te mira cuando te columpias. Vuelve con el sol y la luna llena. Vuélvete a reír cuando me veas. Vuelve que te estoy confundiendo entre la noche. El chico de la ventana. "


Felices veinte, Rebeca.

Rafael Rodríguez

29 de octubre de 2015

¿Y la fe?


Cojo aire en una pequeña bocanada y cierro los ojos, sintiendo como una inyección de oxígeno penetra en mis pulmones con rapidez. Suelto un suspiro, mientras cae de mi ojo derecho una ligera lágrima de resignación. 

Ya no soy el mismo, no pienso igual, ya nada me provoca aquella ilusión que me llenaba de felicidad.



Cuando una persona comienza a madurar, se da cuenta de que aquel mundo mágico e impecable no es más que una farsa que tu mente se ha ido creando a lo largo de tu infancia. 

Después de que veas la verdad, sientes una sensación parecida a cuando te arrebatan algo. En realidad, sí. Te arrebatan la esperanza en la humanidad.

Cuando abres los ojos solo ves miedo, muertes, personas que manejan a otras como simples marionetas, juicios malintencionados, vidas destrozadas.

¿Cómo se puede dormir bien? ¿Dónde quedaron los bailes, los besos, la verdad? 

Somos personas con una vida cínica que pretendemos que todos sigamos un mismo canon, una misma vida para todos. 

Necesito aquella fe que sentía en mi infancia. Necesito creer en el ser humano.

—Quiero escapar de este mundo.—

Jesús González Rodríguez

20 de octubre de 2015

El dulce sorbo de la sonrisa

Como cada mañana, caminaba con mi bastón y el periódico del día bajo el
brazo, acompañado de hermosas flores que sobresalían en los jardines 
del Paseo de la Victoria. El sol y la lluvia las hacía brillar como si de cristal 
fueran. Para un jubilado como yo este paseo es lo que me da vida y, sin 
duda, me ayuda a encontrar algo que plasmar en mis dibujos.

Me senté en esa cafetería de esquina que tanto me gusta, aquella donde 
puedes dejar tus sentimientos plasmados bajo el cristal de la mesa mientras te 
tomas una dulce taza de café y ver por los ventanales a la gente pasar con 
prisas, como si la vida se les fuera a acabar de un momento a otro. 

 Allí estaban esos dos jóvenes. Se hacían reír el uno al otro entre café y 
roces, sentados en las mesas del exterior, sin importar que las gotas de agua 
les calasen. Él la miraba como si fuera la última vez y ella le provocaba la sonrisa
esa que corroboraba que estaban en el momento más feliz del día.

Me llevé un buen rato observándoles y con facilidad pudieron transmitirme 
una bella nostalgia de aquellos momentos que pasaba viendo sonreír a mi 
esposa  mientras con un lápiz de grafito fino la dibujaba en las hojas arrugadas 
de mi cuaderno.

Le di el último sorbo al café, ya enfriado por la fría brisa que entraba por la 
puerta cuando algún cliente la abría, y coloqué bajo el cristal aquel 
dibujo,manchado de alguna gota de café , que llevaba pintando mientras 
 miraba a esos dos jóvenes. 

Tras pedir la cuenta, le pedí a la simpática camarera que la mesa de los chicos de afuera
 quedaba invitada por mí y que , al comunicárselo, les dijera : "Vivir sonriendo es el verdadero 
secreto de la vida, aprovechad cada segundo para hacer lo que queráis de corazón".

Coloqué el bastón en mi mano derecha, abrí la puerta de la cafetería con un suave 
empujón  y continué mi camino hasta casa.




"A una pareja en Córdoba" decía al pie de aquel dibujo.




Rafael Rodríguez Hernández

1 de octubre de 2015

Y... ¿Si llega sin avisar?






Todo cambia en un abrir y cerrar de ojos. Con esa frase puedes resumir todos los momentos dulces que se convierten en amargos, como ese café con espuma perfecta y con algo de nata que le falta un sobre de azúcar.
A menudo, nos falta esa "cucharada de azúcar" en nuestro día a día, esa felicidad incansable que trasmite la persona idónea, la que aparece de repente con equipaje de mano y no sabes bien en que lugar acabarás, sin duda esas son las mejores. Quizás esto te pase una vez en la vida, si tienes suerte. Puedes pasarte toda la vida probando y buscando en todas las cafeterías del mundo que no encontrarás a nadie más dulce que la que llega de imprevisto. ¿Te doy un consejo? Si la encuentras, no dejes que se marche. La felicidad es la certeza de no sentirse perdido.
"La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar" algo así decía Thomas Chalmer, quizás tenía razón.
Rafael Rodríguez Hernández

7 de septiembre de 2015

¿Cara o cruz?




“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante”.
Oscar Wilde

Quizás todo esto venga por esa frase de ahí arriba, que sin saber bien a que se refería su autor, puedes aplicarla a cualquier instante de tu propia vida.
En este mismo momento, podrías estar donde sea, haciendo lo que se te ocurra. Sin embargo, no lo haces. ¿Qué es lo que te impide hacer lo que quieres o estar donde quieras? Todos los días te despiertas en la misma habitación y repites la misma rutina.  Ahora todo es rutinario, ¿Se supone que esto es crecer? ¿Ser libres?

Todo ha cambiado, cualquier cosa que puedes llegar a imaginarte no es como hace  diez años atrás. Las personas más felices suelen ser las que menos tienen, pero ¿Somos realmente felices con todos esos bienes materiales? Nos hemos desconectados, adoramos a personas que nunca conoceremos personalmente. Esperamos a que alguien traiga un cambio sin pensar en cambiarnos a nosotros mismos. Hasta la forma de enamorarse es absurda, aunque ya no estoy seguro de que esa palabra tenga un significado universal para todas las personas. A pesar de eso, seguimos tirando la misma moneda para tomar una decisión.


No sabría bien como acabar esto que ronda mi cabeza, lo único que estoy seguro es que hay pocas personas que son capaces de transmitir todo esos valores que cada día la sociedad fusila como si esto fuera el 3 de mayo en Madrid, y cuando coincides con alguno es como cuando te encuentras dinero en un bolsillo de un pantalón. Quizás en este mundo de “seguidores” nos hemos olvidado de guiarnos a nosotros mismos.

Rafael Rodríguez

29 de mayo de 2015

Quisimos olvidar

La brisa que atraía hacia mí aquel olor a salitre, acompañado de varios granos de arena de nuestra playa favorita, hace dibujarse en mi rostro una sonrisa tonta de la que no puedo librarme. Cierro los ojos cada vez que las olas rompen, y dejo pasar todos los recuerdos junto a ti: rompiendo el ocaso con nuestro amor, disfrutando juntos de estas aguas, observarte desnudo mientras te fumabas el último cigarrillo... Lo que daría por volver al pasado y sentir ese amor que nos rodeaba segundo sí, segundo también.

Ahora vengo todas las tardes a esta playa, para dejar que su paz me rodee, me acune y me haga sentir bien, dejando de lado el dolor, el desamor, los problemas. Todo. Con las olas, tú sigues como hace meses, yo te sigo amando como siempre, y nuestra cama nos pide que vayamos como todas las noches. Cuando las olas se desvanecen, esos sueños también.

Todos cambiamos, los dos cambiamos demasiado. Ambos quisimos olvidar, ambos olvidamos. Y ahora soy yo la que está aquí, en nuestra playa, sonriendo y con todas tus  fotos en mi mano. Necesitaba recordar lo que fuimos. 

El sol se está despidiendo de mí. Vuelvo a sonreír, y me levanto, volviendo a cerrar los ojos cuando el olor a salitre vuelve a penetrar en mí. Inhalo, exhalo. Escucho el cantar de las gaviotas, mientras me acerco más a la orilla y noto como mis pies se humedecen. Sonrío tanto que dejo al descubierto mis dientes. ¡Adiós! Suelto todas las fotos y dejo que el mar y la brisa se las lleven a quién sabe donde. 

Le doy la espalda a aquel cielo anaranjado, sintiéndome libre. Yo también puedo esparcirme por todo el planeta como una nube, como los rallos del sol, como la brisa. Sé que sigo siendo la misma.

Jesús González

26 de mayo de 2015

Postdata


Olvidarás la pena posada en otras bocas, dime que si, que no mirar tu cara no es una vida entera, que cuando veas la playa olvidarás mi ausencia. Así comenzaba la carta que escribí cuando se marchó y la enterré en esa duna de la playa donde cada noche escuchábamos las olas del mar romper.

Desde aquella habitación, desde aquel rincón tan exquisito, podía observarla perfectamente como dormía cada noche. Era increíble como se reflejaba en su rostro la luz de la luna que atravesaba la ventana y acompañada de una brisa de viento movía las cortinas. Me pasaba toda la noche contando los lunares de su espalda, a veces me hacía el tonto y perdía la cuenta a propósito para volver a empezar de nuevo, creo que eso era lo que hacía que durmiera con tanta facilidad. Conseguí saber cual era su lado de la cama, el humor de sus mañanas, que me susurrara al oído la canción que cantaba en la ducha, hasta conseguí robarle cinco minutos antes de levantarnos para irnos a trabajar. Perdía la razón cuando le besaba la boca.

Aún guardo en ese cajón las cuerdas de aquella guitarra con la que cantábamos desnudos en su cama. Esas partituras arrugadas con todas esas canciones que escribí inspirándome en sus ojos. También  guardo en mi cabeza los atardeceres en la playa. Parecía que bailaba sobre el mar, con la luna sobre ella, pasábamos tantas noches allí, que el sol nos sorprendía bailando en la arena. Lo días que me queden , repasaré sus cartas sentado en esa duna.

Postdata;  Si acaso quisieras quedarte, nada pasaría, una fuga de besos constate, un violín afinado en mi risa, los rosales que soñé plantarte. Si quisieras quedarte, seguiría gritando ¡Hoy ha sido mía! , sin ser de nadie. Provocaría tu risa para así poder respirar.  No me escuches , no te rindas, elige un lugar en el mundo y yo te llevo de la mano. Si pudiera escribir el final de mi vida, estarías viejita a mi lado, en el norte que tanto pedías y una casa no muy grande, donde quepan descanso y familia, los rosales que te prometí ya plantados , y decirte al oído en el ultimo día, me has salvado.

Te espero pero no me pidas que viva sin ti.


Rafael Rodriguez



20 de mayo de 2015

Nana

Cojo en brazos a mi precioso príncipe, y pego su pequeño rostro en mi pecho. Parece sonreír al escuchar los latidos de mi corazón, latidos que son por él, el nuevo centro de mi vida. Sus pequeñas manos se mueven involuntariamente, rozándome el cuello. Cierro mis ojos, inhalando aquel aroma que desprendía: dulce, fresco... Aroma a bebé. A mí bebé. Comienzo a mecerlo con suavidad, sin dejar de mirarle sus ojos claros, que transmiten calma, paz, felicidad. Es tan bello.
Ea, ea, ea... Comienzo a cantarle una nana con la voz más dulce que tengo. Nunca pesé que podría cantar así. Todo lo hago por él... Lo quiero tanto... Realmente lo empecé a querer antes de saber que su corazón latía dentro de mí. Es extraño cómo podemos sentir un amor incondicional por algo inexistente, pero que cuando se hace realidad te llena la vida en un instante. Jamás te dejaré sólo. Te acompañaré dónde haga falta. Le susurro sin parar el suave balanceo. Parece que me entiende, porque vuelve a acariciarme el cuello con sus deditos. Te voy a dar tantas caricias, tantos besos, tantas sonrisas, tanto amor...
Observo como sus parpados comienzan a caerse poco a poco, y sigo tarareando la nana. Mi voz es como un somnífero para él, algo que le relaja y le abre la puerta a un profundo sueño. Soy tu madre y no pienso abandonarte nunca. Ahí estaré en todos tus triunfos y en todos tus fracasos, cuando hagas las cosas bien y cuando las hagas mal. El día que llegaste a mí, firmé un contrato dónde te entregaba mi vida entera. Ahora mi vida eres tú, pequeño. Me acerco a la cuna despacio, y lo dejo en la cuna completamente dormido. Esbozo una pequeña sonrisa, y poso mi mano en su vientre.
Duérmete, mi vida...

Jesús González

Un hombre de los de antes.

Ya el tiempo había pasado por él, como el viento desgasta una montaña. Parece mentira que todo desaparezca en un abrir y cerrar de ojos, y cuando quieres darte cuenta ya no esté.

Estaba mayor pero tenía el espíritu de un niño que corretea con sus amigos en la plazoleta de su barrio. Como cada día, acostumbraba a levantarse temprano y dar su paseo diario por las calles aún alumbradas por la luna. Pasarse por la pescaderia de su amigo para recordar un poco de viejos momentos, y por supuesto comprar algo de pescado. Asomarse a media mañana en la reja del colegio de sus nietos cuando venía de vuelta de hacer los "mandaos". Sentarse en su sillón, colocarse bien su cojin y ver una película del viejo Oeste. Un hombre sencillo.

Pasar el día con sus nietos era algo diario. Sacarlos a jugar al fútbol a la plaza; ponerles los dibujos en la televisión; jugar a las cartas, claro que... con un poco de trampas; dejarse aconsejar para hacer la quiniela; contar alguna batallita o simplemente hablar de su equipo favorito. Se sentía joven al lado de ellos, sus nietos le daban la vida.

A menudo, nos da por pensar cosas que podríamos haber hecho, pero que por algún motivo no hicimos. Algunos dicen que está en la naturaleza, otros que así es la vida, pero es cierto que poco a poco todo acaba, lo que nace un día, muere otro. Si quieres un consejo, vive cada décima de segundo, cada bocanada de aire que recorre tus pulmones y luego expulsas por la boca, cada instante con los tuyos, porque lo que verdaderamente importa, es lo que me decías de pequeño, "Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas." Aún estás a tiempo de hacer esas cosas que dejaste de hacer.

Te quiero, abuelo.

Rafael Rodríguez

17 de mayo de 2015

¿Cómo poder volver a amar?

Recogí mi cabello tras las orejas, y comencé a lavar todo el maquillaje corrido por mi llanto. Una vez mi rostro quedó totalmente limpio, me observé detenidamente en el espejo, mientras repetía una y otra vez: Patética. 

He estado tan ciega al confiar en él, dándole todo lo que tenía, dándole mi vida. ¿Cómo he sido tan estúpida de no darme cuenta? A veces, el amor es el causante de muchas desgracias que suceden en este mundo. Nos pone una venda en los ojos y provoca que dependamos de una persona todo el tiempo posible, y cuando ya no hay miedos, preocupaciones, dudas, el amor nos quita la venda y nos deja caer como torres de arena, dejándonos rotos por dentro. 
Estoy harta de amar, harta de que mi corazón tenga tantas cicatrices, de que mi pecho sienta tantas punzadas. Daría lo que fuera por despojarme de mi corazón y lanzarlo al mar, dejar que se hunda, y ser libre, sin miedo a que me hagan daño. No amar nunca más. Pero es imposible, el ser vivo estamos hecho para amar y ser amado, aunque eso signifique que seamos vulnerables y que en cualquier momento esa persona que tanto amor te dio un día pueda hacer que te hundas en el agujero más oscuro que hayas visto jamás. Caer en la inmensidad. 
No me queda otro remedio que seguir adelante, luchar por pisar y no ser pisada. Ya no dejaré que nadie me amé a media noche en su coche, jamás dejaré que me juren amor eterno, se acabó. Seré yo la cruel y ellos los enamorados. Ya he perdido mi alma, ya no puedo caer más bajo. Preparaos, ahora la que manda soy yo.

Suelto un suspiro, y me peino un poco con las manos antes de salir del baño del bar. El sonido de mis tacones envolvieron todo el local, hasta que la puerta se cerró tras de mí.

Jesús González

Un viaje deseado

Después de varios meses, por fin estaba sentada en ese cómodo asiento junto aquella ventana de hermosos paisajes que tantas horas miraba pasar. Era extraño, ya estaba apunto de salir el tren, pero ella seguía mirando con ansias ese billete desgastado de tanto manusearlo, creo que sólo miraba una y otra vez el destino. Se colocó sus auriculares y suspiró, su aventura de cinco horas comenzaba. Como si estuviera apunto de hacer un examen, sus nervios no le dejaban de rondar la cabeza. Cuando ya estaba cansada de mirar la hora, de buscar posturas cómodas, de que el sol se cuele por los cristales y encandilen sus ojos claros, de cambiar de canción y de hacerse cortes en sus dedos de pasar hojas de su libro favorito, pudo reconocer a través de esos cristales, la estación de tren que tanta alegría le daba mirar. Ya estaba allí. Aún no había parado el tren y ya quería saltar del él. Tras abrirse las puertas, salió corriendo de allí, como un atleta corre al escuchar el sonido del disparo que da la salida. Tiró la maleta al suelo y como si llevaran años sin verse, gritando, saltó a los brazos de la niña de su vida, de su pareja de canto y fiel compañera de trastadas. Lo que hace reencontrarse con una hermana. El tren ya había partido a su próximo destino y ellas seguían abrazadas y llorando en aquel anden como dos niñas pequeñas que no quieren separarse de sus padres para entrar a la guardería. Por fin había conseguido sonreír de verdad después de tanto tiempo.

Era increíble, tan sólo cinco minutos juntas y ya estaban pensando todo lo que iban a hacer juntas. Llevaban ya tiempo echando de menos hacer enfadar a su madre, con al menos una trastada diaria; cantar hasta altas horas de la noche con ese programa de los miércoles; beber una cerveza mientras se cuentan de nuevo todo lo que ya se habían contado por whatsapp; salir juntas esas noches de verbena; ver películas en su propia televisión sin que nadie les cambiara de canal; pasear juntas con su perro por las calles cálidas de su pueblo; hacer de la comida que no les gustaba una batalla de alimentos... Había tantas cosas que querían hacer juntas que tenían miedo de no poder hacerlas todas en el tiempo que ella permanecería allí.

Jamás en la vida encontraréis ternura mejor y más desinteresada que la que tenían esas dos hermanas, aunque de vez en cuando se pelearan para recordar aquellos tiempos cuando eran de verdad dos niñas pequeñas.


Rafael Rodríguez


15 de mayo de 2015

¿Y mi adiós?

Sentado en la mesa de aquel bar dónde desayunábamos cada día, recordé cómo se enfriaba mi café esperando tu llegada, esperando esos rizos dorados que tanto me enamoraban, esos ojos azulinos que desataban mi imaginación. Pero un día, así, sin más, me abandonaste, me dejaste sentado en una mesa con un café ya templado, observando a una pareja joven saboreando sus labios sin pudor alguno. ¿Dónde están mis besos? ¿Dónde te has llevado mis caricias? ¿Por qué robaste mi corazón sin consideración alguna? 
Todas las mañanas vengo al bar, me pido mi café y me siento a esperar que algún día entren por la puerta tus rizos, el sonido de tus tacones, tus ojos azulinos y la parte de mi corazón que te llevaste.


Jesús González

14 de mayo de 2015

En una estación cualquiera


Y ahí estaba él, todas las mañanas se colocaba en el mismo sitio de la estación, con la funda desgastada de su guitarra apoyada en la misma columna. Era de esas persona que tenía la música como un sexto sentido. Cada día, antes de tocar, se sentaba en las escaleras que llevaban a los andenes del metro y escribía esas canciones que hacía a la gente parar su estresante  y aburrida rutina un instante para escucharlas. Su brazo tatuado reflejaba perfectamente como era él. Veía tantas caras al día que no sabía bien lo que era el amor a primera vista. Llevaba ya varias canciones cuando apareció esa mujer, que por un momento, hizo que olvidara la letra de la canción que cantaba. Se parecía tanto a la chica de las canciones que él escribía. Siguió con su mirada a la chica hasta que, por un segundo, se comieron con los ojos. La muchacha continuó su camino hacia las escaleras que bajaban al metro. El chico enrojecido, intentó volver en sí y seguir con su jornada laboral de seis cuerdas, pero era inevitable quitarse de su retina aquella maldita mujer.

Ese día , el chico alargó un poco más de lo normal su concierto diario por si la chica decidía volver por la misma estación. Se hizo tan tarde que el encargado de seguridad ya estaba comprobando que  no quedaba nadie allí para cerrar. El chico guardó su guitarra y se la echó al hombro, subió los veintidós escalones que subía y bajaba todos los días y se marchó a casa.

Como cada mañana, allí estaba el muchacho, a primera hora del día, preparando su actuación. Esta vez se dedicó a escribir canciones para que la bella muchacha se diera por aludida y se detuviera un momento, así podría fijarse en sus iris verdes. Suspiró y comenzó a tocar su guitarra. En ese momento, un ángel cruzó delante de sus ojos, era ella. El chico saltó media canción y fue directamente a esa parte que tanto le costó expresar en palabras  "...Y hoy canto una canción, la que juré jamás hacerte... curioso, vivir en tu ciudad y nunca verte que suerte, saberte tan hermosa... Hay gente que ya perdió la vida por quererte, nunca como yo... " La chica dejó de leer ese libro que llevaba varios días leyendo en el trayecto de tren, y sonriendo, se paró delante de aquel muchacho, escuchando todos y cada unos de esas palabras que salían de su garganta. Tras acabar esa perfecta declaración de amor en una sencilla canción, la chica se acercó, arrancó una margarita que tenía en el pelo y se la colocó entre las cuerdas de la guitarra del chico.  Hoy sí que nos vemos luego, le dijo la muchacha sonriendo. Tras varios minutos de embobe, el chico despertó de aquel sueño y cuando quiso decirle lo que pensaba, la chica ya se había montado en aquel tren.

Seis canciones llevaba sin parar de pensar en ella, cuando se escuchó en toda la estación que su tren ya estaba de vuelta en la estación. Como antes, la muchacha se paró delante del chico mientras cantaba. El muchacho la miró y como si esa parte fuera dedicada a ella, le cantó mirándole a los ojos  "No sabes lo que ha sido verte,mirándome a los ojos, vuelve.. pero esta vez si puedes, quiéreme.. " Tras acabar la canción la chica aplaudió. El vergonzoso muchacho se acercó y cogió de su guitarra la margarita que ella misma había dejado, Toma te la devuelvo sin pétalos para que nunca tengas que preguntarte si te quiero o no, dijo el muchacho sonriendo, y ella también sonrió enrojecida. Eran tal para cual. Sólo necesitaban tiempo para darse cuenta.


Rafael Rodríguez  








12 de mayo de 2015

Sueños sencillos


Como cada noche el insomnio le susurraba que permaneciera despierto, y así lo hizo. Era extraño, hoy conseguía recordar lo que había ocurrido en sus sueños. Y como si se tratara de una fórmula secreta, se destapó y comenzó a escribir en un papel arrugado todo lo que conseguía recordar. Tenía miedo de olvidar por un instante ese maravilloso momento, por eso, escribía con tanta prisa que no sabía bien si conseguiría entender todas esas palabras que salían de sus sueños..

Es raro, he vuelto a soñar con esa chica, pero hoy consigo ponerle cara y nombre. Yo que llevo desde hace tiempo intentando arrojar el corazón por la ventana para no tener que preocuparme más por él, y... aquí estoy, con el alma anestesiada. Es como si mi cabeza fuera un crucigramas y de repente encontrara la palabra que lo resuelve. Hace un momento, en mis sueños, salías caminando por el campo, con esa sonrisa que hacía girar a los girasoles. Quería posarme en tus labios como esos pájaros se posan en esa rama que cruje por el viento, el mismo viento que movía tu falda. Sueños sencillos con mujeres complicadas, pensé... pero es como si tu cuerpo fuera una fiesta a la que nadie me había invitado. Un día de estos tendré que abrazarte, no vaya a ser que te me vueles. Tendremos que vernos a oscuras, la piel no conoce otra forma para ir resolviendo las dudas. Imagino que en algún momento tendrás que ir bajando la guardia, las cosas que otros te hicieron son cosas que ya no te pasan. Si quieres puedo contarte las cosas que se me pasan por la mente con tantas horas mirando el techo de mi habitación mientras leo tu cuerpo en braille con la luz apagada. Me está entrando sueño, aunque no me importaría pasarme toda una noche de insomnio mirando como duermes. Tengo que dormir, me estoy volviendo cuerdo.

Dobló el papel por la mitad y lo soltó en su mesilla de noche. Cerró los ojos un instante. Volvió a levantarse y con el mismo bolígrafo escribió en la mitad del papel que estaba en blanco : "Mi corazón es un alumno limitado que nunca aprende. El corazón siempre la misma asignatura para Septiembre". Tras escribir esto, apagó la luz y volvió a sumergirse en esos sueños que tanto necesitaba. 

Rafael Rodríguez

10 de mayo de 2015

La camarera de mis sueños

Sentado en el taburete del bar, arranqué una servilleta de aquel servilletero y con una voz suave le pedí su bolígrafo a aquella camarera. Bebí un trago de cerveza y comencé a escribir.
 
Aún no te conozco y ya echo de menos tus domingos por la tarde. Aún no he conocido sus raras manías y ya tengo ganas de que aguante las mías. La acabo de ver y ya miraba sus labios como miran los pirómanos el fuego. Es curioso, vivir en la misma ciudad y nunca coincidir con ella esta hoy, en este bar. Probablemente no tenía sed, pero por escuchar su voz diciendo "que te pongo", con ese acento extremeño, merecía la pena beber. Era una de esas chicas sencillas que con una simple mirada puedes quedarte hechizado. Sus ojos claros se reflejaban en la bandeja de metal cuando recogía los vasos vacíos de las mesas, hasta su reflejo era increíble. Cuando la vi sobraba todo lo demás. Tengo miedo de volverme a enamorar, pero esta es mi cuarta cerveza y ya he aceptado que siempre nos van a herir, sólo hay que encontrar a esa persona por la que vale la pena sufrir. Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día que no estemos, un instante, en el paraíso y esta noche, mi paraíso es este bar. Me estoy quedando sin palabras, lo arreglaría besándote. 

Cuando acabé de escribir lo que en ese momento era una parte de mí plasmada en una servilleta de papel, me dediqué a mirarla. Pedí la cuenta y junto al bolígrafo, le di el papel arrugado. Saqué de mi bolsillo un par de monedas y le pagué. Antes de que leas eso , deja que me vaya ,le dije enrojecido. Cuando ya había girado la esquina, suspiré y algo dentro de mí, dijo "¿Qué estará pensando en este momento?". Estaba apunto de cruzar, cuando se escuchó la puerta del bar cerrarse como si alguien hubiera salido corriendo sin pagar su consumición. Una voz dulce me susurró al oído, ¿Qué te pongo, muchacho? y me besó como nadie me había besado hasta ahora.

Rafael Rodríguez




9 de mayo de 2015

Confesión de un enamorado

No sé cuando sucedió, quizás cuando cerré los ojos y dejé que la brisa recorriese hasta el último rincón de mi cuerpo, quizás cuando permití que tus labios saboreasen los míos sin pudor alguno, o quizás cuando dejé que nuestros cuerpos se fundieran y encajasen al igual que dos piezas de un rompecabezas.

Te quiero, no lo puedo remediar. Vivo sólo y para ti. Eres mi vida, mi oxígeno, mis fuerzas, mi pasado, mi presente y mi futuro. Lo eres todo, así vengan mil tormentas que quieran separarnos. No lo olvides jamás. Te amo.

Jesús González

Algo más que una vida


Por lo que recuerdo, todo comenzó hace ya algunos años, aún la televisión estaba en blanco y negro. Era la primera vez que algo dentro de mí me cogió de la mano y me ayudó a adentrarme en ese mundo de letras y signos donde sólo yo sabía como orientarme. Como cada tarde, me senté en esa cafetería , donde escribía  y observaba con detenimiento la inmensa Gran Vía de Madrid. Por un instante, todo se paró, en mi cabeza sólo se escuchaba el sonido de sus tacones negros golpeando con dulzura los adoquines de aquella calle. No había visto antes una mujer como ella. Aún no la conocía pero sentí una atracción, que sólo un par de imanes podrían entender. Allí estaba ella con su vestido de flores en plena primavera. No necesitaba pintalabios, ni maquillaje, era tan sencilla y preciosa. Y la miré, y con esa mirada que hechizaba, me sonrió. La niña quería conocer al escritor, y así fue.

Todo pasó muy rápido, en poco tiempo nos casamos y fuimos a vivir a esa casa de madera a las afueras que tanto le gustaba, creo que el lago que se reflejaba en los cristales de esa hermosa casa le cautivó. Mientras ella disfrutaba de lo que le escribía sentada en el banco junto al lago, me dediqué a plantar flores alrededor de la casa, le gustaban tanto... Cuando llegaron nuestros dos hijos fue uno de los momentos más especiales que pasé junto a ella. El tiempo corre y mis hijos crecieron, y como pájaros que abandonan su nido, comenzaron a volar y crear sus vidas.

¿Por qué te quedas callado?¿No recuerdas nada más?, le preguntó su esposa mientras le cogía de la mano. Ella era esa joven muchacha que el tiempo le había pasado factura. Ambos ya sumaban algo más que un siglo. No recuerdo nada más, respondió su marido con voz triste y cansada por los años. Hacía unos meses que el anciano escritor sufría deterioro cognitivo, tenía alzheimer. No olvidó la letra de los tangos y de los boleros que le cantaba a los rosales que plantó para ella. Pero si olvidó el nombre de la gente que le rodeaba, su domicilio, su corazón, lo que era el amor. ¿No recuerdas quien soy, cariño?, insistió la mujer. El que era su marido la miró como intentado reconocer aquellos ojos verdes mojados por tanta tristeza. No, lo siento, no se quien es usted, respondió.

El anciano escritor se marchó. Como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, una vida bien usada causa una dulce muerte. Varios días después de su perdida, la triste viuda recogía esos papeles donde escribía toda esas bellas cosas aquel anciano escritor. Junto a ellos un folio doblado por la mitad, que con una tinta de pluma apunto de gastarse; se leía: "Para ella". Tras cesar aquella cascada de lágrimas que recorría su piel arrugada, la mujer abrió el papel con los dedos mojados de secarse las lágrimas, y en él, una frase que decía: "Recuerda tú que puedes".

Rafael Rodríguez




8 de mayo de 2015

Envidioso microcuento

Esa noche salió tan lleno de luz que se volvieron locas todas las estrellas, lo miraban con envidia porque deslumbraba hasta a la luna.
Rafael Rodríguez

7 de mayo de 2015

Una canción cualquiera

 No he venido a recordarte tu belleza, tampoco he venido a dedicarte un rock and roll, sólo quería hacerte saber que no soy uno más aunque lo creas. Imagino mi cabeza mareada, como si estuviera sentando en la proa de un velero que con una dulce brisa acaricia el mar cristalino que se refleja en tus ojos claros.

A menudo, me da por pensar cosas absurdas, pero que a mí me dan mucho que fantasear. Una y otra vez, se me pasa por la cabeza preguntas que sólo podría contestar si las vivo en primera línea de sábana, tumbado en tu cama. Es como si se tratara de una gota de sudor que recorre mi frente nerviosa. De nuevo, unas simples interrogaciones me golpean el pensamiento... ¿Cuál será su lado de la cama?, ¿Qué  humor tendrá en sus mañanas?, ¿Sabrá cual es esta canción?... y dime tú, si sabes contestarme.. ¿Qué es esto?... si es así, atrévete a decir que no es amor.

Es como una ráfaga de viento que golpea una ventana cerrándola con genio, unas velas que adornan la bañera, unos chiquillos que juegan a llamar a un timbre y salir corriendo, una droga cortada que endurece tu recuerdo y ahí me quedo. Podrías ser tantas cosas que mi mente se satura. En todo este desierto de preguntas y comparaciones, ando perdido, se me seca la boca y como un buscador de tesoros, busco agua.

Ya es media noche, el reloj suena, y el carruaje me espera, ya me voy. Espero que esta historia te haya hecho soñar, después de esto te he contado todo, y  ya puedo salir de este bar. No te preocupes, tú, puedes quedarte aquí... que a la última te invito yo. Es raro, pero te conozco de siempre y llegaste hace un rato, creo que con la primera cerveza. Me voy ya pero... puedes quedarte con la playa y los abrazos, yo me quedo con el mar. Si te quieres venir, hay un hueco para ti. Antes de irme, sólo una cosa... recuerda que has venido como yo, desnudo y sólo. Mi alma gemela disfrazada de ti.

Rafael Rodríguez

Tu propio microcuento

Y al cantar, cerraba los ojos como si cada letra fueran besos. Se pasó toda la vida con los ojos cerrados y con miedo a hacerse daño.

Rafael Rodríguez

Un tesoro



Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro.


A menudo, vivimos la vida como si fuera una montaña rusa, ¡sí!, ya sabes... como si fueras un niño que ansía por entrar el primero en una atracción de feria, una carcajada, como si cada bocanada de aire fuera la última en recorrer tus pulmones y lentamente expulsar el aire por la boca en un suspiro, solamente así sabrás que verdaderamente estás haciendo todo lo posible por amortizar la entrada a este parque de atracciones que es tu día a día.

Es cierto, que inevitablemente vivimos ligados a otras personas que adornan con esas flores que tanto gustan nuestro pequeño balcón. Si la vida es un parque de atracciones llévate de la mano a esa persona que hace que los momentos amargos sepan como una cucharada de azúcar, y pide una entrada para dos. Qué raro y maravilloso es ese fugaz instante en el que nos damos cuenta de que hemos descubierto un amigo, ¿Verdad?.

Es asombroso lo que la amistad puede hacer. Puedes enfadarte con él, chillarle, callarle, puedes hacer hasta que imagine que está en medio de una guerra y unas simples pipas con sal sean las mejores armas de batalla... Puedes enfadarte de mil formas pero toda lucha acaba sumergiendote en un mar de carcajadas, como si el único recurso para no hundirse es reir. La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días, no te marches a la cama sin que esa persona sepa que te tiene más que nunca .

                                             Rafael Rodríguez

6 de mayo de 2015

El pequeño superhéroe


Y ahí estaba él, ese chiquillo con su disfraz de Superman. Se conformaba con poco, su pequeña capa roja y su camiseta azul con una gran "S" pintada a rotulador. No necesitaba más. Era de esos críos inquietos que disfrutaba jugando y saltando en esa vieja plazoleta. Lo mirabas y sonreía, era como si al mirarlo pusiera todo su empeño en meterse en su papel de superhéroe. Soñaba con volar, con ayudar a la gente, con ser superfuerte, pequeño ingenuo.

Con el tiempo pude entender un poco mejor ese afán. Parece un tópico, pero creo que está en nuestra naturaleza el encontrar a esa persona que rompe todos los esquemas y que parte en dos el prototipo de persona deseada. Pues sí, se trataba de una chica, en los ojos oscuros del chico se podía ver reflejado perfectamente la imagen de esa pequeña niña entrando en su portal, con su uniforme del colegio. Para él era su momento mágico del día. No sabía su nombre, ni el piso donde vivía, lo único que sabía era lo que le decían el verde de sus ojos cuando se quedaba embobado mirándolos. Es perfecta, me decía. Día tras día, mismo lugar, misma hora, el mismo chico dando su mejor faceta para que esa preciosa chica se fijara en él.

Tras varias semanas de dura interpretación, el pequeño superhéroe dejó de disfrazarse. Creo que el motivo era el camión de la empresa de mudanzas que desde hacía unos días visitaba nuestro barrio. Se marcha de aquí, me dijo en voz baja y triste, con el corazón encogido mientras una lagrima recorría toda su cara,  se muda del barrio y ni siquiera se cual es su nombre, seguía repitiendo una y otra vez. El chico, con sus manos rojas de tanto apretarlas con fuerzas, decidió marcharse de allí, no podía soportar ver marchar esa preciosa chica que tanta imaginación le había dado para jugar a ser un superhéroe.

Era sólo un chiquillo, ni siquiera podía llegar a tocar el suelo con los pies sentado en ese banco. Tras varios intentos de contar hasta diez, saltó del banco y con sus pestañas ahogadas en lágrimas se propuso andar hasta su casa. Cuando estaba apunto de salir de esa plazoleta llena de losas de colores, sonó la puerta de ese portal que tanto le gustaba mirar. Sí, era ella, la chica salió de esa puerta disfrazada de Batman, con una caja de cartón en la que sobresalía la mano de su peluche favorito, imagino que dentro de ella llevaba todo lo que le importaba. El chico impresionado, secó sus ojos rápidamente  para que no creyera que era un niño pequeño y se quedó embobado como solía hacer. La chica se acercó y le dijo con una voz dulce, me llamo Penelope. El chico nervioso, tardó en reaccionar un par de segundos,  y yo... Daniel. El sonido del claxon del camión hizo que las dos jóvenes miradas se rompieran , eran los padres de la chica. Me tengo que marchar ya, mis padres me esperan, dijo ella con la misma voz dulce. Antes de marcharse,  la chica sacó de su caja un sobre, lo puso en las manos del chico y apretó sus dedos arrugando el papel... es mi nueva dirección, puedes venir a visitarme siempre que quieras y así jugamos a ser superhéroes juntos. El chico se quedó sin palabras. Cerró los ojos, y  los volvió a abrir como si de un sueño se tratara, pero al abrirlos esa pequeña superheroina seguía allí subiéndose a ese camión.


Rafael Rodríguez

Microcuento

Al final resultó que la mujer de su insomnio era mejor que la de sus sueños. Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir. 

Rafael Rodríguez

5 de mayo de 2015

Una flor marchita

Una historia en blanco y negro. Todo tan clásico. ¿Una historia dramática? Quizás. Una historia que me ocurrió en el año 1867. El amor había llegado a mi vida junto a él, junto a sus caricias, junto a sus planes de futuro conmigo, sueños que se me escaparon como agua por los dedos. Prometió que iba a quererme hasta el fin de sus días, pero fue una burda mentira. Jamás hubo compromiso. Jamás hubo pasión por su parte. Solo había una estúpida que se enamoró como nunca lo había hecho. Pero mi corazón se rompió en mil pedazos imposibles de recoger. Ya no había amor, ni alegría, ni felicidad... sólo oscuridad, silencios, soledad.

Un día caminaba por un mercado, desolada, deseando morir. Entonces conocí a un brujo, un hechicero, un encantador... Cómo queráis llamarlo. Su rostro era completamente liso y oscuro, con una sonrisa que erizaba el vello. Me tomó de la mano, acariciándola con mucho cuidado: ¿Quieres destruir al amor? Me propuso al ver mi mirada en luto. Me ofreció una flor negra, que dejó en mi mano derecha, y me susurró: La próxima vez que veas a ese hombre que tu corazón dañó, clava una de sus espinas en tu pulgar y todo el amor que sientes desaparecerá. 

Dos meses después, me topé con él en un estanque. Estaba tan guapo. Entonces, me deshice de mi guante blanco, y con todo el deseo de que mi amor se fuera, clavé una espina en mi pulgar. Cuando saqué la espina del interior de mi dedo, su cuerpo cayó en el fango. Sus ojos estaban ya desiertos, y los labios que tantas ganas me daban de besar, se encontraban helados. 
Había conseguido disipar todo el amor que sentía por aquel hombre, para remplazarlo por el dolor de no poder tenerlo jamás. Maté lo que ya estaba muerto. Dejé la flor en su pecho y una lágrima recorrió mi mejilla.

Jesús González

Una sencilla mañana

Creo que no existe fórmula para que al despertar sumes, dividas y multipliques y te de igual a una mañana perfecta, con tu tostada sin quemar, tu música preferida, tu colacao sin grumitos, tu zumo de naranja sin pulpa... A menudo, intentas hacer que los "buenos días" de alguien especial sean un poco mejores, sí... ya me entiendes... como si pudieras llevarle el desayuno a la cama o como si pudieras cogerle del pie derecho y hacer que sea ese el primer pie en tocar el suelo.
Cuando todos los días resultan iguales es porque has dejado de percibir las cosas buenas que surgen en tu vida. Llámame loco, pero... ¿De verdad no prefieres saltar de la cama, ensuciar toda la cocina mientras haces el desayuno y escuchar esa canción que tanto te hace cantar aunque lo hagas francamente mal? Hacer de cada mañana un día diferente está en tus manos, no esperes a que nadie lo haga por ti, y si alguien lo hace... invitale a desayunar.  La felicidad es como la vida, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días.


Rafael Rodríguez

4 de mayo de 2015

Inspiración espontanea


¿Nunca os habéis quedado embobados mirando como las ruedas de un coche rompen en miles de gotas ese charco de agua que te salpica? A menudo, vivimos como si alguna máquina programara todo lo que ocurrirá en nuestro alrededor a lo largo del día, como si la vida fuera una película y todo estuviera escrito en un guión que poco a poco se va rodando. Los momentos que se salen de ese guión son los que hacen que el día quede en nuestra memoria, al menos por un tiempo, y que al recordarlos sonriamos como si ese instante volviera a pasar.
¿Te doy un consejo? vive cada bocanada de aire, cada sonrisa, cada mirada, cada carcajada porque con el tiempo aprenderás que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único y no querrás ir a contramano, ¿Verdad?

Rafael Rodríguez

Comienza nuestra aventura


Quizás sea el momento de empezar a darle un poco más de sentido a todas esas palabras que salen de mi mente y se plasman en una hoja como si todo cobrara sentido. Sabes de sobra que eres la única culpable de todo este ajetreo por intentar llevar a más todo lo que mi cabeza alocada intenta decir.

No sabría por donde empezar, lo único que se con seguridad, es que has conseguido despertar en mí un gran abanico de cosas, y que todas esas cosas  no podría explicarlas con simples palabras, ni tampoco podría escribirlas en una servilleta de uno de esos bares donde tomas tu cerveza favorita. ¿Nunca os habéis parado a pensar como suceden las coincidencias? o ¿Por qué a lo largo de nuestra vida aparecen nuevas personas que deciden quedarse, o por lo contrario marcharse? Sinceramente, no lo se, pero como dice en la letra de una de esas canciones que has conseguido tatuarla en mí a base de escucharla y reescucharla, "si te vas me quedo en esta calle sin salida", creo que independientemente de cuales sean las razones para que todo esto suceda, está en nosotros el cuidar a esas personas para que no se marchen nunca, y quizás tu seas una de esas personas que nadie debería dejar marchar jamás.

Es interesante esto de escribir porque aunque todo esto se esté maquinando en tu mente con algo de esfuerzo toma una poco de vida. Antes de poner el punto y final a este primer texto aquí, quería que leyerais esto :  "El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad." ahora mismo es tú oportunidad y, sin duda, está en tu obligación aprovecharlo.

                                                                                                                         Rafael Rodríguez