Allí estaba
ella, jugando en su columpio como cada tarde. El sol en lo más alto traspasaba las
hojas de los árboles y se reflejaba en sus mechones marrones que se movían con
el impulso del viento. Con sus pies descalzos jugaba a rozar las margaritas que
había bajo el columpio, estaba preciosa.
El viejo columpio crujía, pero sin importarle un ápice seguía columpiándose cada
vez más alto, ese instante del día sacaba a carcajadas la niña pequeña de su
interior.
Sin saber
bien el por qué, hacía coincidir mis momentos de inspiración cuando ella salía
a su jardín. Sin hacer ruido, me sentaba junto a la ventana y me ponía a
escribir como si algo me hechizase a hacerlo. Me miraba y se reía. Pensaba que
nunca se daría cuenta de mi presencia.
El tiempo pasaba
igual de rápido que un tren con retraso por la estación de ahí a lado, y tan
sólo te separa de él la fina línea amarilla. Cada día intentaba hacerla reír de
una forma diferente. Comencé poniendo sus canciones favoritas a todo volumen,
hasta que mi madre subía a la habitación y me regañaba, le hacía tanta gracia
verme de fondo poniendo muecas por la bronca. Sin dudas, cada día que pasaba era
aún mejor que el anterior.
La vi cantar,
reír, gritar, leer, estudiar, bostezar, pero nunca la vi llorar. El viejo
columpio no aguantó tanto como ella pensaba. Ese 4 de diciembre la vi por
primera vez llorar. Sus lágrimas recorrían sus mejillas y hacían brillar sus ojos
verdes que parecían hechos por el mejor joyero del mundo. Ese día no miró hacia
mi ventana. Pintando un pañuelo con su rímel se marchó dentro de su casa,
dejando fuera su columpio roto, y aún más roto, a un chico preocupado en su
ventana.
Ese día sin
sabor a sonrisas pasó. Al día siguiente,
ella no volvió a su jardín como cada tarde.
El columpio
significaba mucho más que un juguete para ella. Su infancia estaba dibujada en
él. En cada balanceo que daba se reflejaba en su mente un feliz momento del
pasado. El paso de los años se ve plasmado en ese viejo columpio, igual que
ocurre con las personas. La chica tenía pavor por el rápido paso del tiempo y que
éste no le dejase disfrutar de los
placeres más sencillos que ofrece la vida.
Sabía que en
un par de días sería su cumpleaños y no podía permitir que esa increíble sensación
de ser feliz huyera con aquella chica, por lo que me colé en su jardín por la noche
con la intención de arreglar ese columpio que significaba tanto para ella. Tras
varias horas de trabajo silencioso, alumbrado con una linterna y manchado de
pintura como si me hubiera caído dentro del bote, el viejo columpio parecía
nuevo. Saqué la carta que llevaba escribiendo estos días atrás y la pegué con
un poco celo en el columpio.
En la carta
escrito ponía:
“Vuelve pronto y juega con las flores. Vuelve que
hay un niño que te mira cuando te columpias. Vuelve con el sol y la luna llena.
Vuélvete a reír cuando me veas. Vuelve que te estoy confundiendo entre la
noche. El chico de la ventana. "
Felices
veinte, Rebeca.
Rafael Rodríguez