7 de diciembre de 2015

La niña que temía cumplir años


Allí estaba ella, jugando en su columpio como cada tarde. El sol en lo más alto traspasaba las hojas de los árboles y se reflejaba en sus mechones marrones que se movían con el impulso del viento. Con sus pies descalzos jugaba a rozar las margaritas que había bajo el columpio, estaba  preciosa. El viejo columpio crujía, pero sin importarle un ápice seguía columpiándose cada vez más alto, ese instante del día sacaba a carcajadas la niña pequeña de su interior.

Sin saber bien el por qué, hacía coincidir mis momentos de inspiración cuando ella salía a su jardín. Sin hacer ruido, me sentaba junto a la ventana y me ponía a escribir como si algo me hechizase a hacerlo. Me miraba y se reía. Pensaba que nunca se daría cuenta de mi presencia.  

El tiempo pasaba igual de rápido que un tren con retraso por la estación de ahí a lado, y tan sólo te separa de él la fina línea amarilla. Cada día intentaba hacerla reír de una forma diferente. Comencé poniendo sus canciones favoritas a todo volumen, hasta que mi madre subía a la habitación y me regañaba, le hacía tanta gracia verme de fondo poniendo muecas por la bronca. Sin dudas, cada día que pasaba era aún mejor que el anterior.

La vi cantar, reír, gritar, leer, estudiar, bostezar, pero nunca la vi llorar. El viejo columpio no aguantó tanto como ella pensaba. Ese 4 de diciembre la vi por primera vez llorar. Sus lágrimas recorrían sus mejillas y hacían brillar sus ojos verdes que parecían hechos por el mejor joyero del mundo. Ese día no miró hacia mi ventana. Pintando un pañuelo con su rímel se marchó dentro de su casa, dejando fuera su columpio roto, y aún más roto, a un chico preocupado en su ventana.

Ese día sin sabor a sonrisas pasó.  Al día siguiente, ella no volvió a su jardín como cada tarde.

El columpio significaba mucho más que un juguete para ella. Su infancia estaba dibujada en él. En cada balanceo que daba se reflejaba en su mente un feliz momento del pasado. El paso de los años se ve plasmado en ese viejo columpio, igual que ocurre con las personas. La chica tenía pavor por el rápido paso del tiempo y que éste  no le dejase disfrutar de los placeres más sencillos que ofrece la vida.

Sabía que en un par de días sería su cumpleaños y no podía permitir que esa increíble sensación de ser feliz huyera con aquella chica, por lo que me colé en su jardín por la noche con la intención de arreglar ese columpio que significaba tanto para ella. Tras varias horas de trabajo silencioso, alumbrado con una linterna y manchado de pintura como si me hubiera caído dentro del bote, el viejo columpio parecía nuevo. Saqué la carta que llevaba escribiendo estos días atrás y la pegué con un poco celo en el columpio.


 En la carta escrito ponía:

 “Vuelve pronto y juega con las flores. Vuelve que hay un niño que te mira cuando te columpias. Vuelve con el sol y la luna llena. Vuélvete a reír cuando me veas. Vuelve que te estoy confundiendo entre la noche. El chico de la ventana. "


Felices veinte, Rebeca.

Rafael Rodríguez