20 de mayo de 2015

Nana

Cojo en brazos a mi precioso príncipe, y pego su pequeño rostro en mi pecho. Parece sonreír al escuchar los latidos de mi corazón, latidos que son por él, el nuevo centro de mi vida. Sus pequeñas manos se mueven involuntariamente, rozándome el cuello. Cierro mis ojos, inhalando aquel aroma que desprendía: dulce, fresco... Aroma a bebé. A mí bebé. Comienzo a mecerlo con suavidad, sin dejar de mirarle sus ojos claros, que transmiten calma, paz, felicidad. Es tan bello.
Ea, ea, ea... Comienzo a cantarle una nana con la voz más dulce que tengo. Nunca pesé que podría cantar así. Todo lo hago por él... Lo quiero tanto... Realmente lo empecé a querer antes de saber que su corazón latía dentro de mí. Es extraño cómo podemos sentir un amor incondicional por algo inexistente, pero que cuando se hace realidad te llena la vida en un instante. Jamás te dejaré sólo. Te acompañaré dónde haga falta. Le susurro sin parar el suave balanceo. Parece que me entiende, porque vuelve a acariciarme el cuello con sus deditos. Te voy a dar tantas caricias, tantos besos, tantas sonrisas, tanto amor...
Observo como sus parpados comienzan a caerse poco a poco, y sigo tarareando la nana. Mi voz es como un somnífero para él, algo que le relaja y le abre la puerta a un profundo sueño. Soy tu madre y no pienso abandonarte nunca. Ahí estaré en todos tus triunfos y en todos tus fracasos, cuando hagas las cosas bien y cuando las hagas mal. El día que llegaste a mí, firmé un contrato dónde te entregaba mi vida entera. Ahora mi vida eres tú, pequeño. Me acerco a la cuna despacio, y lo dejo en la cuna completamente dormido. Esbozo una pequeña sonrisa, y poso mi mano en su vientre.
Duérmete, mi vida...

Jesús González

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