Ese día , el chico alargó un poco más de lo normal su concierto diario por si la chica decidía volver por la misma estación. Se hizo tan tarde que el encargado de seguridad ya estaba comprobando que no quedaba nadie allí para cerrar. El chico guardó su guitarra y se la echó al hombro, subió los veintidós escalones que subía y bajaba todos los días y se marchó a casa.
Como cada mañana, allí estaba el muchacho, a primera hora del día, preparando su actuación. Esta vez se dedicó a escribir canciones para que la bella muchacha se diera por aludida y se detuviera un momento, así podría fijarse en sus iris verdes. Suspiró y comenzó a tocar su guitarra. En ese momento, un ángel cruzó delante de sus ojos, era ella. El chico saltó media canción y fue directamente a esa parte que tanto le costó expresar en palabras "...Y hoy canto una canción, la que juré jamás hacerte... curioso, vivir en tu ciudad y nunca verte que suerte, saberte tan hermosa... Hay gente que ya perdió la vida por quererte, nunca como yo... " La chica dejó de leer ese libro que llevaba varios días leyendo en el trayecto de tren, y sonriendo, se paró delante de aquel muchacho, escuchando todos y cada unos de esas palabras que salían de su garganta. Tras acabar esa perfecta declaración de amor en una sencilla canción, la chica se acercó, arrancó una margarita que tenía en el pelo y se la colocó entre las cuerdas de la guitarra del chico. Hoy sí que nos vemos luego, le dijo la muchacha sonriendo. Tras varios minutos de embobe, el chico despertó de aquel sueño y cuando quiso decirle lo que pensaba, la chica ya se había montado en aquel tren.
Seis canciones llevaba sin parar de pensar en ella, cuando se escuchó en toda la estación que su tren ya estaba de vuelta en la estación. Como antes, la muchacha se paró delante del chico mientras cantaba. El muchacho la miró y como si esa parte fuera dedicada a ella, le cantó mirándole a los ojos "No sabes lo que ha sido verte,mirándome a los ojos, vuelve.. pero esta vez si puedes, quiéreme.. " Tras acabar la canción la chica aplaudió. El vergonzoso muchacho se acercó y cogió de su guitarra la margarita que ella misma había dejado, Toma te la devuelvo sin pétalos para que nunca tengas que preguntarte si te quiero o no, dijo el muchacho sonriendo, y ella también sonrió enrojecida. Eran tal para cual. Sólo necesitaban tiempo para darse cuenta.
Rafael Rodríguez
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