14 de mayo de 2015

En una estación cualquiera


Y ahí estaba él, todas las mañanas se colocaba en el mismo sitio de la estación, con la funda desgastada de su guitarra apoyada en la misma columna. Era de esas persona que tenía la música como un sexto sentido. Cada día, antes de tocar, se sentaba en las escaleras que llevaban a los andenes del metro y escribía esas canciones que hacía a la gente parar su estresante  y aburrida rutina un instante para escucharlas. Su brazo tatuado reflejaba perfectamente como era él. Veía tantas caras al día que no sabía bien lo que era el amor a primera vista. Llevaba ya varias canciones cuando apareció esa mujer, que por un momento, hizo que olvidara la letra de la canción que cantaba. Se parecía tanto a la chica de las canciones que él escribía. Siguió con su mirada a la chica hasta que, por un segundo, se comieron con los ojos. La muchacha continuó su camino hacia las escaleras que bajaban al metro. El chico enrojecido, intentó volver en sí y seguir con su jornada laboral de seis cuerdas, pero era inevitable quitarse de su retina aquella maldita mujer.

Ese día , el chico alargó un poco más de lo normal su concierto diario por si la chica decidía volver por la misma estación. Se hizo tan tarde que el encargado de seguridad ya estaba comprobando que  no quedaba nadie allí para cerrar. El chico guardó su guitarra y se la echó al hombro, subió los veintidós escalones que subía y bajaba todos los días y se marchó a casa.

Como cada mañana, allí estaba el muchacho, a primera hora del día, preparando su actuación. Esta vez se dedicó a escribir canciones para que la bella muchacha se diera por aludida y se detuviera un momento, así podría fijarse en sus iris verdes. Suspiró y comenzó a tocar su guitarra. En ese momento, un ángel cruzó delante de sus ojos, era ella. El chico saltó media canción y fue directamente a esa parte que tanto le costó expresar en palabras  "...Y hoy canto una canción, la que juré jamás hacerte... curioso, vivir en tu ciudad y nunca verte que suerte, saberte tan hermosa... Hay gente que ya perdió la vida por quererte, nunca como yo... " La chica dejó de leer ese libro que llevaba varios días leyendo en el trayecto de tren, y sonriendo, se paró delante de aquel muchacho, escuchando todos y cada unos de esas palabras que salían de su garganta. Tras acabar esa perfecta declaración de amor en una sencilla canción, la chica se acercó, arrancó una margarita que tenía en el pelo y se la colocó entre las cuerdas de la guitarra del chico.  Hoy sí que nos vemos luego, le dijo la muchacha sonriendo. Tras varios minutos de embobe, el chico despertó de aquel sueño y cuando quiso decirle lo que pensaba, la chica ya se había montado en aquel tren.

Seis canciones llevaba sin parar de pensar en ella, cuando se escuchó en toda la estación que su tren ya estaba de vuelta en la estación. Como antes, la muchacha se paró delante del chico mientras cantaba. El muchacho la miró y como si esa parte fuera dedicada a ella, le cantó mirándole a los ojos  "No sabes lo que ha sido verte,mirándome a los ojos, vuelve.. pero esta vez si puedes, quiéreme.. " Tras acabar la canción la chica aplaudió. El vergonzoso muchacho se acercó y cogió de su guitarra la margarita que ella misma había dejado, Toma te la devuelvo sin pétalos para que nunca tengas que preguntarte si te quiero o no, dijo el muchacho sonriendo, y ella también sonrió enrojecida. Eran tal para cual. Sólo necesitaban tiempo para darse cuenta.


Rafael Rodríguez  








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