20 de mayo de 2015

Un hombre de los de antes.

Ya el tiempo había pasado por él, como el viento desgasta una montaña. Parece mentira que todo desaparezca en un abrir y cerrar de ojos, y cuando quieres darte cuenta ya no esté.

Estaba mayor pero tenía el espíritu de un niño que corretea con sus amigos en la plazoleta de su barrio. Como cada día, acostumbraba a levantarse temprano y dar su paseo diario por las calles aún alumbradas por la luna. Pasarse por la pescaderia de su amigo para recordar un poco de viejos momentos, y por supuesto comprar algo de pescado. Asomarse a media mañana en la reja del colegio de sus nietos cuando venía de vuelta de hacer los "mandaos". Sentarse en su sillón, colocarse bien su cojin y ver una película del viejo Oeste. Un hombre sencillo.

Pasar el día con sus nietos era algo diario. Sacarlos a jugar al fútbol a la plaza; ponerles los dibujos en la televisión; jugar a las cartas, claro que... con un poco de trampas; dejarse aconsejar para hacer la quiniela; contar alguna batallita o simplemente hablar de su equipo favorito. Se sentía joven al lado de ellos, sus nietos le daban la vida.

A menudo, nos da por pensar cosas que podríamos haber hecho, pero que por algún motivo no hicimos. Algunos dicen que está en la naturaleza, otros que así es la vida, pero es cierto que poco a poco todo acaba, lo que nace un día, muere otro. Si quieres un consejo, vive cada décima de segundo, cada bocanada de aire que recorre tus pulmones y luego expulsas por la boca, cada instante con los tuyos, porque lo que verdaderamente importa, es lo que me decías de pequeño, "Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas." Aún estás a tiempo de hacer esas cosas que dejaste de hacer.

Te quiero, abuelo.

Rafael Rodríguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario