24 de septiembre de 2016

Libres

Hojas movidas por el viento, 
arrastradas hacia un paradero desconocido, 
expectantes ante ese nuevo futuro, 
dispuestas a vivir de nuevo. 

Un amor desconocido alentando tu llegada,
aullando un calor desprendido de piel,
soñando con una mitad inesperada.

Dos hojas caídas en el mismo suelo,
moviéndose al compás de la brisa,
juntas, unidas para siempre.

¿Existe un para siempre?
Hay quiénes no creen,
quiénes lo intentan impedir,
quiénes pisan las hojas y las hacen añicos.
El amor no siempre se acepta. 

Hay que dejar ser libres,
volar y caer una y otra vez,
secarte, pudrirte, sanarte, vivir. 


Jesús González

5 de septiembre de 2016

No.

Y en la orilla de ese mar,

dejando que la salitre me envuelva,

pensando que retienes mi corazón con las manos,

respiro hondo y mis pulmones florecen,

mi sangre prende un incendio en mí.

Y cuando rompe la última ola,

te digo: no



Jesús González

24 de agosto de 2016

Trotamundos



Cuando se quiso dar cuenta ya estaba en un nuevo viaje. Sentado en el fondo de un autobús con destino a "enriquecerse con todo lo que pueda y más".
Vivía en un continuo cambio visual que hacía de él una veleta que se alimentaba del viento del descubrir nuevos lugares.

Apoyado en el cristal que vibraba y balbuceaba historias en forma de arañazos y roturas que no eran más que vivencias, podía mirar más allá del paisaje.
De todo creaba historias. Los molinos que se transformaban en gigantes se quedaban cortos a su imaginación, hasta Quijote quedaría despavorido de tal viaje a través de su mente .

Viajar es vestirse de loco, decía. Es "no me importa". Es querer regresar. Regresar valorando lo poco; saborear un café, una puesta de sol, sacar una sonrisa desconocida, es decir regresar.

Podría seguir dando detalles que agudicen vuestro sentidos y así puedan entender de qué va esta vida, pero estaba tan inmerso en la libertad del "adornar su vida con experiencias que ricen la piel" que lo único que aconseja es que viajen.



Rafael Rodríguez
 

23 de julio de 2016

Clímax

La oscuridad y el silencio se apoderaron de aquella habitación, dejando que penetrasen varios destellos de luces que provenían del exterior. Lo miraba a los ojos, mientras enredaba su cabello dorado con los dedos. Unieron sus labios en un intenso beso, donde dejaron que ambas lenguas combatiesen en la batalla del placer. 

Deslizó sus manos con suavidad, acariciándole la espalda. Sus cuerpos desnudos se rozaban continuamente, estremeciéndolos en varias ocasiones. Entonces, bajó la lengua hasta su cuello, saboreándolo en varios besos acuosos, que provocaban varios gemidos en él. Sentían calor. Calor que amenazaba con derretirlos si no encontraban el remedio para calmarla. 

Le pasó sus manos por el torso y, después, por sus fibrados brazos, notando como estaban en tensión. Se miraron a los ojos de nuevo, antes de que le mordiera el grueso labio inferior. Se estremeció al sentirlo y colocó sus manos en su cintura, pasándole la lengua por las comisuras de sus labios. Finalmente, volvieron a besarse, absorbiendo la saliva, los suspiros y el sabor del otro. Sus pieles tersas, dejaban al descubierto infinitas gotas de sudor. 

Entre los besos y las caricias, palpó con suavidad sus piernas y se inclinó con levedad, hasta conseguir tomar su cuerpo, mirando sus ojos cuando se sintió en su interior. 

Abrió levemente sus labios, dejando escapar un gemido. Al instante, él inhaló aquel gemido y comenzó a mover su cintura paulatinamente, hasta que comenzó a aumentar el ritmo. No había nada más que ellos, sus cuerpos, su sudor, su alma deseosa de cada jadeo. 

Era más que placer. Ninguno podía ponerle fin a aquel acto que poco a poco los fue llevando al delirio.



Jesús González

10 de julio de 2016

Insospechado

A veces, hay momentos que necesitamos detener nuestra vida, tomar un respiro, dejarnos en pausa. Quizás estás cansado de andar cuesta arriba y no encontrar la bajada por más que camines. Quizás nada sale como lo has planeado, aunque te esfuerces una y otra vez. Quizás nuestro corazón se ha cansado de amar o esperar a que sea amado. 

Ahí, en esos momentos, deseamos guardar todo en un cajón y dejarlo en "stand by" para recuperarnos. Podemos tardar minutos en emanar energía, tal vez horas, días, semanas, meses o años. Toca esperar a que nuestro ser se repare en su totalidad. Pero hay algo que no podemos perder, la fe. 

Como bien oí una vez, 
la esperanza es el sueño del hombre despierto.

Un día puedes levantarte y ver esa luz, ese amanecer que nunca imaginaste. Puede que algún día te levantes y veas ese corazón que late con furor y activa el tuyo de forma insospechada. Entonces reirás y sabrás que no todo debe ser planeado, que hay que dejar que las cosas tomen su curso natural. 

Como canta Anahí, 
"hay que aprender a creer que todo puede ser." 

No dejes tu vida, solo date un respiro, coge aire y deja que todo fluya. Deja que ese algo o alguien inesperado llegue a ti cuando menos te lo esperes y disfrútalo cada segundo de tu vida. 

Nunca pierdas la fe. 

Jesús González

26 de junio de 2016

Dos corazones

En la oscura noche, dos corazones se encontraron. Dos corazones que iluminaban hasta el último hueco de la ciudad. 

Él rozó su mano con timidez. Ella se recogió un mechón de pelo tras la oreja y sonrió ruborizada. Las sombras no podían acercarse a ellos, su luz las repelía como el sol a los vampiros.

Entrelazaron sus manos y se levantaron de aquellos asientos para adentrarse en la pista de baile. Ahí, bailaban perdidos entre la oscuridad, las sombras, las siluetas. Su amor furtivo se contoneaba junto a ellos agitándose sin control. 

La canción se volvió lenta y las sombras intentaban romper la coraza de ambos, pero no lo conseguían. Y, ahí, con el sudor en sus frentes, las mejillas ruborizadas, rodeados de gente y sombras, juntaron sus labios en el beso más puro de la noche, provocando que todos los focos se encendieran y estallaran en millones de luces que echaron a las sombras, a la oscuridad y al mal de aquel antro. 

Sin embargo, las sombras estarían acechando, esperando el momento de romper su coraza y hacer que sus manos jamás se entrelazarán más. Quizás, algún día, lo consigan.
Un amor no es eterno de forma innata, hay que hacerlo. 

Jesús González

22 de mayo de 2016

La ola

Hay un paisaje oscuro, lúgubre, taciturno y tenebroso. Todo está lleno de caos, roto, hecho migajas. Solo hay tormentas, lluvia y dolor. Es todo demasiado frío. Estancado en el pasado, sin dejar vivir el presente y sin oportunidad de futuro. Ese paisaje se encuentra en mi corazón. Ese paisaje es mi corazón. Después de tantos golpes, me sorprende que siga teniendo uno.

Aún recuerdo aquellos días llenos de luz y vida, lleno de risas y besos, llenos de amor. Sí, amé. Amé como si cada día fuese el último, como si amar fuese mi oxígeno. Amé. Amé intensamente. ¿Fui amado? No lo sé, quizás sí. ¿Cómo yo esperaba? Seguramente, no. 

Me prometieron finales felices, una vida llena de felicidad, un amor eterno. Para mi desgracia, llegó una ola y arrasó con todo, derrumbó hasta el último pedazo de la última promesa. La ola me arrastró con todo aquello. Di vueltas, choqué contra rocas, mis pulmones se llenaron de mar. Sentí como moría por dentro. 

No he podido salir de la ola. Vivo en una vida atada al pasado y me está destruyendo aún más. Me estoy ahogando entre tantos recuerdos. 


¿Cómo se arregla un corazón que ha sido pisoteado tantísimas veces? ¿Cómo borrar todo el dolor que me han impartido? ¿Cómo recoger todas mis esperanzas y esperar a que crezcan de nuevo?

Estoy condenado a un eterno desamor. Estoy condenado a ser arrastrado por la ola.


Jesús González

1 de mayo de 2016

Delirante ilusión

Año 2245. A mis pies toda una nación. Los tambores alardean mi llegada, las miradas de los caídos besan mis pisadas, las lágrimas derramadas aplauden mi canto. 


Todo un imperio obedeciendo mis órdenes.

Me siento embriagado de poder. Los dioses se arrodillan ante mí. Hoy he ganado, hoy el dolor por fin ha merecido la pena. Mi destino es grande. Soy joven, tengo vida. ¡Soy la vida! La gloria está en mis manos. 


¡Encended las luces! ¡Yo soy el terror! Me emborracha vuestro dolor, vuestro sufrimiento. Digno manjar para mi paladar.

Entonces, cuando toda mi luz alumbraba hasta el último rincón de este imperio, todo se apaga. Asquerosos traidores, yo era vuestra vida, ¡vuestra voz! Todo mi imperio convertido en un frágil cristal. Solo hay una solución entre toda esta sangre: mi caída. 

Me hundo. Mi sueño hecho una basura. Todo era una mentira. Todo es más oscuro aún. ¿Dónde estoy? En el final.

Ahora, en mis manos el fin, la derrota, mi caída... mi gran caída. Un sorbo de mi propia decadencia y mi cuerpo cae al suelo, junto a las luces que alumbran mi rostro, junto al imperio que tanto adoraba, junto a los aplausos que mi voz ganaba y junto a todos los ojos muertos que un día, yo maté.


Jesús González

17 de abril de 2016

0

Cuando se acaba una etapa en tu vida y comienzas otra, siempre se empieza con miedo. 
Se camina pasito a pasito, con cuidado, como la persona que ve por primera vez el sol, deslumbrándose hasta que sus ojos se acostumbran a esos rayos de luz 
que envuelven nuestro mundo. 

A veces, 
cuesta salir desde el principio una vez más
pero hay que hacerlo, hay que intentar dejar atrás los miedos 
y luchar por nuevos objetivos, 
por ser felices.

Debemos sentir como abriendo esa nueva puerta hacia un nuevo objetivo, 
hace que te despojes de la piel de un yo que se queda atrás. 
Somos personas nuevas que empiezan de cero

Hay que reconocer que no es fácil. 
Estamos expuestos a un dolor y sufrimiento constante 
que nos hacen temer y ser inseguros, no poder ir con todas las armas.
Cada herida, te recuerda qué debes hacer y qué no, pero, en ocasiones, 
es mejor sacar valentía y volver a hacer cosas que antes salieron mal. 

Hay que salir de nuestro cuerpo y correr hacia la meta. 

9 de abril de 2016

¿Luchamos?

Suelto un suspiro y miro el blanco techo. Cuantas historias habrá presenciado, cuantos secretos guardará entre sus infinitas capas de pintura, cuantas lágrimas habrá visto. 

Trago saliva y cierro mis ojos al oír que te mueves en el otro lado de la cama. Escucho como apartas las sábanas de tu cuerpo desnudo y te metes en el baño.

Ladeo mi cabeza hacia la ventana, dejando a los rayos del sol, que se cuelan por los huecos de la persiana, me bañen el rostro. No sé que nos ha pasado, pero hace tanto que no es lo mismo. ¿El amor verdadero también puede apagarse? Pensaba que no. Sin embargo, ya no tengo esperanzas en nosotros. Realmente, dudo que haya un nosotros. Te siento tan distante y te tengo junto a mí. Estábamos tan enamorados, tan embriagados el uno del otro... Y ahora nada. Lo nuestro se ha convertido en una historia más de amor, una historia que tiene un fin con el tiempo y que no es feliz. ¿O si?

Miro de soslayo a la puerta del baño al sentir tu presencia y cruzamos la mirada. Esa intensa mirada sigue siendo la misma que me enamoró el primer día. Quizás sea lo único que quede de nosotros. Quizás. 

No sé si el error ha sido mío o tuyo, pero necesito volver a ser lo que éramos antes. No puedo abandonar esta batalla sin más. Necesito luchar por nuestro amor. 

Parece que me lees la mente. Sueltas un suspiro y das varios pasos hasta sentarte en la cama con las piernas cruzadas y la mirada fija en mis ojos. Me incorporo para estar más o menos a la misma altura y frunzo los labios.

—¿Qué nos ha pasado? —Susurras, acariciando tus rodillas.
—No lo sé. —Contesto—. Siento que nos hemos desgastado.
—Yo no quiero ser una mancha difuminada en tu corazón. No sé quién de los dos ha fallado, pero no quiero abandonar...
—No lo haremos. Vamos a luchar juntos.
Juntos.

Cierro mis ojos al notar tus labios sobre los míos. Sonrío suavemente al sentir esa electricidad que nos había abandonado. El amor perfecto no es aquel sin altibajos, sino el que sale de todos ellos victorioso. 

Es hora de luchar por la victoria.  




Jesús González

27 de marzo de 2016

Enajenación

Miro a mi alrededor y observo como toda la casa está hecha un desastre por nuestra culpa. Te miro y cruzamos una mirada intensa. Corro hacia ti dispuesto a hacerte caer, y sé que esas son tus intenciones también. Llego a ti y me agarras los brazos, evitando mis golpes. No logro zafarme, pero tú tampoco puedes atacar. Nos zarandeamos por toda la casa, intentando bloquear al otro, pero ninguno lo logra. Chocamos contra la mesa y la volcamos, pero no nos detenemos. 

Tengo que ganarte.

Siento la adrenalina correr por mis venas a cada golpe que doy y me das. Te reprocho por todas las estupideces que he aguantado durante tanto tiempo y tú solo sabes movernos de un lado a otro. Es como un vals en mitad de una Guerra Mundial. 

Llegamos a la habitación y seguimos destrozando cosas sin parar. Colisionas mi espalda contra el armario, provocando que suelte un gemido. En ese instante, volvemos a mirarnos a los ojos. Nuestros labios están demasiado cerca, tanto que acaban besándose sin saber por qué. Sin despegarlos ni un milímetro, caemos en la cama y luchamos por ver quién se posiciona encima del otro. No hay paz, no hay guerra, solo hay un instinto animal que nos controla. Puedo sentir como las hormonas flotan por toda la habitación. 

Te empujo para que choques contra el cabecero, esbozo una sonrisa de superioridad, que se desvanece cuando agarras mi chaleco y me atraes hacia ti para besarme de nuevo. Muerdes mi labio hasta hacerlo sangrar, pero no me despego. No hay tregua. Ahora mismo solo reina la lujuria y la enajenación. 

¿Banderas blancas? ¿Tirar la toalla? ¿Disculpas? 
Nosotros lo llamamos 
SEXO.


Jesús González.

13 de marzo de 2016

Tóxica y oscura

Le doy un trago a mi copa de whisky y dejo que su amargo sabor recorra hasta el último hueco de mi cuerpo. Miro de soslayo mi reflejo en el espejo que tienen tras la barra. Doy pena. He acabado en la miseria, hundida, sola, perdida. Me encanta. Es lo que merezco. Jamás supe amar lo que tenía. Jamás valoré a mi familia, mis amigos, mi vida. Ahora, estoy aquí, ahogando mi ser en whisky, deseosa de no volver a despertar nunca más. 

—¿Puedo sentarme a su lado?

Ladeo mi cabeza y veo su pelo oscuro, revuelto y húmedo por la lluvia que cae en el exterior. Bajo mi mirada hasta sus ojos y me recorre un escalofrío al no poder distinguir entre su pupila y su iris; están vacíos como yo. Esbozo una sonrisa agotada, me encojo de hombros y vuelvo a beber de mi copa. 

—¿Está sola?

—Para siempre. —Suelto una carcajada y me deslumbro con el blanco de sus dientes.

—¿No tiene a nadie?

—No merezco a nadie. Todo lo que me rodea acaba hundido o demacrado. Yo alejo a todo y a todos. Soy oscura y me encanta. Solo soy una mujer gris.

—Yo no quiero alejarme.

—No necesito tu ayuda. Ni la de nadie. Me gusta esto. Me gusta verme hundida en la más profunda de las miserias. Soy una basura. ¡Quiero estar sola! No necesito a nadie. 

—Yo le ofrezco mi ayuda. 

Sus ojos se entrecierran para analizarme. Relamo mis labios y me acabo la copa de un trago. 

—Métete tu ayuda por donde te quepa, idiota. Prefiero la muerte antes que aceptarla. 

—Perdiste. 

Frunzo el ceño y me levanto rápidamente al ver que todo se vuelve oscuro. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? Busco una salida entre la oscuridad, pero no hay nada. Todo está negro. Puedo escuchar risas, pero son conocidas, son las carcajadas de mis hijos y de mi marido. Todos son felices. Todos menos yo.

—Has elegido una vida hostil, una vida que destruye todo lo que toca.

Busco al dueño de la voz, pero no lo encuentro. Lo más extraño es que no tengo miedo. Me da igual que pueda pasarme. Estoy agotada de vivir. Solo quiero que me dejen en paz.

—¡Sí! ¡Soy tóxica! ¡No necesito a nadie!

—¡Maldita ilusa! —Doy un paso hacia atrás al asustarme el grito—. ¡Lo tenías todo y preferiste dejar que tu ego y tu egoísmo te lo quitase! No mereces vivir.

—¡Y qué vas hacer! —Suelto la carcajada más grandiosa que jamás me he escuchado—. No le temo a nada. ¡Mátame! Estoy perdida y no me importa nada más que hacer sufrir a los demás. 

—Sus deseos son órdenes para mí.




Siento como una mano, que no soy capaz de ver, me agarra el cuello y lo aprieta sin dificultad alguna. Abro los ojos al sentir como el oxígeno no es capaz de llegar a mis pulmones, y ahora sí siento miedo. Estoy aterrada. No debería haber hecho nada. Debería de haber sido feliz con lo que tenía, pero ya es tarde para arrepentimientos. 



Ya es demasiado tarde. 


Jesús González.

1 de marzo de 2016

¿Amor a primera vista?

No sé si alguna vez lo habréis sentido, pero, ¿sabéis lo que es el amor a primera vista? ¿Ver a esa persona que te incite a buscarla en todas las sonrisas que te ofrecen? Yo creía que eran cuentos de hadas, como los unicornios o los gnomos, pero no. El amor a primera vista existe. Da miedo. Mucho. Sientes una necesidad de mirarle y quedarte con su imagen hasta el fin de tus días. Querer rozar su piel para ver que no es una ilusión óptica ni una figura de porcelana. Es esa persona que ha entrado en tu cuerpo con la velocidad de un misil, ha disfrutado recorriendo tus venas, y se ha apoderado del oxígeno de tus pulmones. Y solo sabes sonreír, mirar, desear que te rodee con sus brazos y no te suelte jamás. ¿Entendéis por qué me da tanto miedo? No sé si será la persona con la que amaneceré los próximo cincuenta años, pero sé que es la persona que quiero besar ahora mismo, que quiero contarle mis secretos, y aprovechar la noche hasta que el amanecer nos dé permiso de dormir. Solo quiero comerle a besos, disfrutar del tiempo que estemos destinados: diez años, uno... Una hora, un minuto... No me importa. Has entrado en mí y quiero que averigües todo. Quiero sonreír contigo. Solo quiero amarte. 

Jesús González

13 de febrero de 2016

Dividido

Miro hacia sus ojos verdes y trago saliva al ver como los reflejos bailan por su iris sin pudor alguno. Le he hecho daño, lo sé. Y me duele. Me duele saber que le he hecho añicos su corazón.  

¿Por qué no puedo decidirme? 

Bajo mi mirada y cierro mis puños para intentar crear coraje en mí. No funciona. Alzó la vista y me centro ahora en los ojos color café que me miran fulminantes. Veo decepción. No quiere llorar, solo quiere decirme que quiere ser mi elección, pero no puede. No quiere presionarme. Está sufriendo por ello.

Me encuentro entre dos corazones que me arrancan la piel a jirones y no sé que hacer. No puedo dejar sin vida a una persona que quiero, pero quiero a ambas. ¿Qué hago? ¿Tempestad o calma? Solo quiero oír a mi corazón, a mi instinto. Es él quién debe decidir. Si luego me equivoco yo seré el culpable. Pero necesito apartar la razón a un lado y dejar que el órgano que me mantiene vivo decida. 

Inhalo aire y doy dos pasos hacia la tempestad, el caos, los sentimientos, la vida. He dejado de ver el verde de sus ojos, los ha cerrado. Siente alivio. Siente como su corazón vuelve a reconstruirse a cada paso que doy. Cuando ya estoy a escasos centímetros, solo quiero besar sus labios, dejar que su boca me aporte el aire que necesito. Quiero que sea mi oxígeno. Quiero que sea mi vida.


Jesús González

9 de febrero de 2016

Amor amargo

Tú me has hecho ver que puedo amar y que existe el amor verdadero, aunque no se parezca en nada a aquel sentimiento idílico que las películas pretenden hacernos creer. El amor duele. Duele muchísimo. Y sí, a veces es dulce, pero la mayor parte es demasiado amargo.

Suelto un suspiro sintiendo como mis ganas de vivir se escapan con él. Que injusto es el amor cuando solo uno de los dos ama de verdad. Sé que jamás me has llegado a querer, y no ha sido un secreto nunca, pero en mi corazón siempre he vivido con la esperanza de que algún día te dieses cuenta de que no solo soy una persona que te cuida, que duerme a tu lado y que intenta hacerte feliz, sino que soy a la persona que verdaderamente amas. Pero jamás se ha cumplido mi deseo. Tú solo te quieres a ti, pero mi gran pasión ha sido amarte, aunque tú me dieses poco cariño, aunque no me dieses nada.

Cuando he querido escapar, has llenado mi corazón de ilusión hasta que te has asegurado que no me marchaba de tu lado. Y vuelta a empezar.

Estaba demasiado ciego para salir de ese bucle doloroso, pero con tanta pasión por mi parte. 

Mi delirio ha sido quererte y cuidar de ti.

Noto como a mis pulmones le faltan el aire, pero aún así en mi cuerpo sobra amor. Amor por ti.

Necesito dejar esta maldita locura, este maldito amor envenenado. Necesito escapar. Escapar de verdad.

Por eso te escribo esto, mi amor. Necesito decirte que me has sumergido en un mundo de temor, en un mundo de confusión y en un mundo donde mi dolor era mudo. Pero ya no quiero volver a ese mundo. Ya no. Te amo demasiado, es lo único que sé. 

Cierro mis ojos y me tumbo sobre la cama, sintiendo como todo flota a mi alrededor. Dejo que el mundo me absorba, hasta que me cuesta demasiado respirar. No puedo controlar mis párpados y el bote de pastillas vacío se vuelve borroso. Si me arrepiento por un instante de esto es porque te quiero demasiado, pero es tarde, tengo que escapar.




Perdóname.







Jesús González

2 de febrero de 2016

Holocausto

Te miro a los ojos, pero ya no lo hago como antes, ya no te miro con amor, con ilusión, con esperanza... Ahora solo puedo mirarte con ira y rabia

Hemos vivido una guerra donde los enfrentados éramos tú y yo, donde los estragos nos han destrozado a ambos, donde no ha habido ganador. Solo miseria, ira, sangre, sentimientos rotos y mucho dolor. Hemos sido cobardes para enfrentarnos a la verdad; sin embargo, muy valientes para comenzar un holocausto, un verdadero caos. 

¿Cómo voy a mirarte con amor? Me repugnas. Eres una figura que me da asco. Nuestros besos ahora mismo serían de veneno. 

Solo quiero tu dolor y tú quieres el mío.

¿Cómo dos personas que se han amado tanto, pueden llegar a este punto? COBARDÍA. Cobardes de luchar juntos, de intentar que los problemas no nos hundiesen, de amarnos sin duda alguna. 

No hay cobardes en nombre del amor. (M.N.)

Antes me alimentaba de nuestro amor, ahora me alimento del odio que provocas en mí. Solo quiero bañar mis manos en tu sangre. Solo hay quimeras a nuestro alrededor. 

Me levanto de la cama y fuerzo una amplia sonrisa. Te beso, deseando que mi saliva se convierta en el más potente de los venenos. Pero no ocurre. Tú también me besas y sonríes de forma hipócrita. 



Y entonces, me acaricias la mejilla, sé que deseas que tu mano me queme, pero no tienes tanto poder. Cierro los ojos y dejo que nuestras pieles se rocen.

—Te quiero. —Susurras sin que esa sonrisa diabólica desaparezca de tu rostro.
HIPÓCRITA. 
—Y yo a ti.  


Jesús González