5 de mayo de 2015

Una flor marchita

Una historia en blanco y negro. Todo tan clásico. ¿Una historia dramática? Quizás. Una historia que me ocurrió en el año 1867. El amor había llegado a mi vida junto a él, junto a sus caricias, junto a sus planes de futuro conmigo, sueños que se me escaparon como agua por los dedos. Prometió que iba a quererme hasta el fin de sus días, pero fue una burda mentira. Jamás hubo compromiso. Jamás hubo pasión por su parte. Solo había una estúpida que se enamoró como nunca lo había hecho. Pero mi corazón se rompió en mil pedazos imposibles de recoger. Ya no había amor, ni alegría, ni felicidad... sólo oscuridad, silencios, soledad.

Un día caminaba por un mercado, desolada, deseando morir. Entonces conocí a un brujo, un hechicero, un encantador... Cómo queráis llamarlo. Su rostro era completamente liso y oscuro, con una sonrisa que erizaba el vello. Me tomó de la mano, acariciándola con mucho cuidado: ¿Quieres destruir al amor? Me propuso al ver mi mirada en luto. Me ofreció una flor negra, que dejó en mi mano derecha, y me susurró: La próxima vez que veas a ese hombre que tu corazón dañó, clava una de sus espinas en tu pulgar y todo el amor que sientes desaparecerá. 

Dos meses después, me topé con él en un estanque. Estaba tan guapo. Entonces, me deshice de mi guante blanco, y con todo el deseo de que mi amor se fuera, clavé una espina en mi pulgar. Cuando saqué la espina del interior de mi dedo, su cuerpo cayó en el fango. Sus ojos estaban ya desiertos, y los labios que tantas ganas me daban de besar, se encontraban helados. 
Había conseguido disipar todo el amor que sentía por aquel hombre, para remplazarlo por el dolor de no poder tenerlo jamás. Maté lo que ya estaba muerto. Dejé la flor en su pecho y una lágrima recorrió mi mejilla.

Jesús González

No hay comentarios:

Publicar un comentario