27 de marzo de 2016

Enajenación

Miro a mi alrededor y observo como toda la casa está hecha un desastre por nuestra culpa. Te miro y cruzamos una mirada intensa. Corro hacia ti dispuesto a hacerte caer, y sé que esas son tus intenciones también. Llego a ti y me agarras los brazos, evitando mis golpes. No logro zafarme, pero tú tampoco puedes atacar. Nos zarandeamos por toda la casa, intentando bloquear al otro, pero ninguno lo logra. Chocamos contra la mesa y la volcamos, pero no nos detenemos. 

Tengo que ganarte.

Siento la adrenalina correr por mis venas a cada golpe que doy y me das. Te reprocho por todas las estupideces que he aguantado durante tanto tiempo y tú solo sabes movernos de un lado a otro. Es como un vals en mitad de una Guerra Mundial. 

Llegamos a la habitación y seguimos destrozando cosas sin parar. Colisionas mi espalda contra el armario, provocando que suelte un gemido. En ese instante, volvemos a mirarnos a los ojos. Nuestros labios están demasiado cerca, tanto que acaban besándose sin saber por qué. Sin despegarlos ni un milímetro, caemos en la cama y luchamos por ver quién se posiciona encima del otro. No hay paz, no hay guerra, solo hay un instinto animal que nos controla. Puedo sentir como las hormonas flotan por toda la habitación. 

Te empujo para que choques contra el cabecero, esbozo una sonrisa de superioridad, que se desvanece cuando agarras mi chaleco y me atraes hacia ti para besarme de nuevo. Muerdes mi labio hasta hacerlo sangrar, pero no me despego. No hay tregua. Ahora mismo solo reina la lujuria y la enajenación. 

¿Banderas blancas? ¿Tirar la toalla? ¿Disculpas? 
Nosotros lo llamamos 
SEXO.


Jesús González.

No hay comentarios:

Publicar un comentario