13 de febrero de 2016

Dividido

Miro hacia sus ojos verdes y trago saliva al ver como los reflejos bailan por su iris sin pudor alguno. Le he hecho daño, lo sé. Y me duele. Me duele saber que le he hecho añicos su corazón.  

¿Por qué no puedo decidirme? 

Bajo mi mirada y cierro mis puños para intentar crear coraje en mí. No funciona. Alzó la vista y me centro ahora en los ojos color café que me miran fulminantes. Veo decepción. No quiere llorar, solo quiere decirme que quiere ser mi elección, pero no puede. No quiere presionarme. Está sufriendo por ello.

Me encuentro entre dos corazones que me arrancan la piel a jirones y no sé que hacer. No puedo dejar sin vida a una persona que quiero, pero quiero a ambas. ¿Qué hago? ¿Tempestad o calma? Solo quiero oír a mi corazón, a mi instinto. Es él quién debe decidir. Si luego me equivoco yo seré el culpable. Pero necesito apartar la razón a un lado y dejar que el órgano que me mantiene vivo decida. 

Inhalo aire y doy dos pasos hacia la tempestad, el caos, los sentimientos, la vida. He dejado de ver el verde de sus ojos, los ha cerrado. Siente alivio. Siente como su corazón vuelve a reconstruirse a cada paso que doy. Cuando ya estoy a escasos centímetros, solo quiero besar sus labios, dejar que su boca me aporte el aire que necesito. Quiero que sea mi oxígeno. Quiero que sea mi vida.


Jesús González

No hay comentarios:

Publicar un comentario